domingo, 11 de abril de 2010

Pureza del corazón



Si eres puro, la cobra puede morderte, que tú no tendrás fiebre. ¿Pero cómo podría morderte si eres puro? - Así habló el sabio Ramdranath.

La cobra, en el pensamiento del sabio, es la agresividad malvada que dormita en cada uno de nosotros, en los replieges del inconsciente, y que, de repente, levanta su cabeza inflada y silbante, ataca y muerde; desgarrando la unidad. Es la cólera del hombre; de la que está escrito en el Libro de la Vida que no produce la justicia de Dios.
Uno se turba y se arrebata ante la falta de su hermano. La cobra le ha mordido. Se creía puro, pero ignoraba qué era lo que guiaba. La fuente profunda del obrar estaba envenenada secretamente. ¿Se pueden turbar las aguas de la fuente que baja de las nieves? Aun en su barboteo conservan el esplendor de las cimas.

Hay un vínculo secreto entre la pureza de corazón y la dulzura, entre la claridad de lo profundo y la serenidad, entre la santidad y la apariencia honda de bondad.
Y quizá la pureza no es otra cosa, en el fondo, que la transparencia del ser a la Bondad original.
En todo caso, así lo creyó un hombre. Era un sabio, también él, aunque se cuidaba poco de parecerlo. Él vio cogerse de la mano a la pureza y a la ternura y que las dos formaban el rostro de Dios.
Por haber comprendido esto, este hombre renunció a todo poder, dinero, bienes. Rechazó toda voluntad de dominación, rompió con el sistema político de su tiempo.
Lo hizo sin ruido, sin alboroto de opiniones, dulcemente, humildemente, pero realmente.
Su universo era sin torreón ni muralla. Pobre de bienes y de poder, estaba en paz con todos, vivía llano con todos los seres y sobre cada uno su mirada se posaba llena de respeto y de luz; sus ojos se habían hecho maravillosamente humanos, y todos sus sentidos también se habían hecho sentidos humanos.

Hermano del sol y de toda criatura, caminaba por un mundo abierto y lleno de luz.
Y fue el padre de una multitud de amigos. Se habían reconciliado en él la pureza y la ternura; y ninguna barrera podía impedirle derramarse por el mundo.
Su horizonte no era la cristiandad temporal, sino Jesucristo, a quien amar, y el hombre a quien salvar.

(De exilio y ternura. E. Leclerc)

1 comentario:

Lolibares dijo...

Vuelvo a editar este post debido a unas respuestas anónimas muy molestas, creo que de las que se envían de spam.
Espero que cesen.

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